Si tuviera yo la oportunidad de darte todos los abrazos que alguna
vez has necesitado, ni preguntaría.
Si tuviera yo la oportunidad de susurrarte los límites del cariño
al oído mientras lloras, ni preguntaría.
Si tuviera yo la oportunidad de rozarte la piel, calentarte el
aliento, soplarte las pestañas cuando se te metan en los ojos, secarte las lagrimas, verte
directo al alma, acariciar tus vergüenzas, explicarte lo relevante que eres
solo por haber nacido sin que se me corte la voz, contarte los latidos, decir
tu nombre todas las mañanas, y tardes, y noches, en voz alta, y que me
escuches, no, no preguntaría, ni pediría permiso.
Si tuviera yo
la oportunidad,
tenerte así de cerca,
no pediría permiso jamás.
Sin siquiera haberte visto directo a los ojos una sola vez en mi
vida, me pregunto, cómo es que soy capaz de saber, de sentir dentro, que
conozco cada sensación, que te percibo por dentro, que me conecto, y creo que no entiendes cuánto.
Parece mentira, porque aun sin saber cómo es el tono de tu voz, yo
ya estaba dispuesta a entregártelo todo, pero es que así soy, quiero lo
suficiente y lo innecesario, y esa es la irrevocable verdad.
Si estuvieras aquí,
ni preguntaría, porque mi corazón ya lo sabe todo.