El mes próximo cumpliré oficialmente diecinueve
años, he estado viviendo diecinueve cortos años y cada día me incomoda un poco más
la creencia de que antes de eso: de verdad no había nada. Me pregunto una y
otra vez, ¿dónde estaba mi alma? ¿Qué ocupaba? Porque algo habría que ocupar.
Para tranquilizar los dilemas, cuando era aún más
joven me inventé una teoría absurda, ésta planteaba la idea de que las moscas
han de transportar almas en reposo.
Sabes, me parece curioso que persigan la
luz ignorando que les hace daño, al igual que nosotros al morir, según.
Me hace ruido el hecho de que vivan tan poco, da la
impresión de que al ser tantas es necesario para el universo que se vayan como
vengan, veloces.
También es sospechoso que se empeñen tanto, en
ciertas ocasiones, para llamar la atención de uno. Como queriendo advertirnos.
Ordenando ideas, tal vez, y solo tal vez las moscas
son el envase perfecto para depositar todas las almas ya fallecidas.
Las moscas se mantendrán atraidas hacia la luz, creyendo
religiosas que se trata del túnel más brillante y maravilloso que jamás hayan
presenciado, esperando pacientes que a la siguiente vez que se estrellen contra
él la puerta estará abierta y se acabará el dolor, sin saber que no existen
tales puertas y el dolor ha aprendido a no ceder. Túneles hay miles y se tratan, en estos casos, de simples
objetos mundanos iluminando los pisos fríos donde luego caen, soltando incluso
un poco de humo para así dejarles creer que, después de todo, sí han logrado filtrarse,
dando paso a la luz de un quirófano que ve nacer un nuevo ser.
Jamás se darán cuenta, las moscas, de que en la luz
mueren, o renacen, es igual.